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  • Foto del escritorLaChiva Radio

Testimonio. La historia de Alberto


Que cada historia inspire a construir un futuro más justo y pacífico es el mensaje de la Alcaldía de Bello en conmemoración de la memoria y la solidaridad con las víctimas. Aquí el relato de Alberto:  Mi nombre es Alberto, nací en Vegachí Antioquia y pertenezco a una comunidad indígena. Cuento parte de mi vida para invitar a la reflexión, para que reconozcamos realidades y aportemos a soluciones.


Crecí en Yondó Antioquia, un municipio con un clima espectacular, fuentes de agua admirables y paisajes hermosos. Mi mamá, indígena, nos enseñaba sus costumbres y su lengua, pese a que cada que lo hacía, mi papá, que no pertenecía a su etnia, la agredía físicamente; ese es el recuerdo más claro que tengo de él, quien fue asesinado cuando yo tenía 7 años, entonces quedé con mi madre y cinco hermanos.


A los 9 comencé a trabajar y a los 13 me fui para Barrancabermeja, donde trabajé dos años; cuando regresé, mamá ya no estaba: se había ido para Segovia. Entonces volví a Barranca y trabajé la madera, hasta que fui adulto y regresé a Yondó. Ahí me enamoré de una mujer embera chamí, con la que finalmente me casé. El matrimonio incluyó fiesta, danzamos y comimos guagua, luego llegaron cinco hijos, un hombre y cuatro mujeres y durante mucho tiempo fuimos felices.


Hasta ese momento mi vida fue tranquila. Monté la finca que fue de mi padre y contaba con reses, gallinas y bestias. Como herramienta de trabajo tenía una escopeta que utilizaba para cazar. Un día salí al pueblo a mercar y aproveché para comprar munición, pero al regreso me encontré con unos soldados que me acusaron de colaborar con un grupo armado. Les expliqué sobre mi escopeta y que esos grupos no usaban este tipo de arma, pero me retuvieron.


En su campamento empezó la pesadilla. El teniente abusó sexualmente de mí, opuse resistencia y entonces me agredió. Después ordenó “ponerme la ropa”, un soldado me explicó que eso significaba matarme; tuvo compasión y me dejó huir. Salí corriendo y cuando sentí que me perseguían, me tiré al río; casi me desangro, pero después de dos días pude llegar a un potrero, donde un campesino me auxilió y me llevó al pueblo.


En el hospital me recomendaron huir, desplazarme. Simulando una remisión a Medellín, logré escapar. Pasaron dos meses sin saber de mi familia, ni ellos de mí. Mi esposa cogió el monte, estuvo en Segovia y luego en Medellín; escuché decir que nos quemaron la casita.


Durante mucho tiempo me causaba terror ver un militar, hasta estuve tentado en irme a la guerrilla para desquitarme, pero pensar en mi familia, lo evitó. Volví a saber de ella una vez que estaba recogiendo sobras de comida en la Plaza Mayorista y me encontré a mi cuñada. ¡Estaban viviendo con ella! Entonces permanecimos juntos en Medellín durante un tiempo. Luego, nos fuimos para Segovia a trabajar la minería.


Un día, sorprendí a un hombre queriendo abusar de una de mis hijas, me enfrenté con él, lo agredí y lo denuncié. Por eso estuve en la cárcel dos meses; cuando salí me esperaban dos hermanos a los que había ayudado tiempo atrás, me dijeron que pertenecían a un grupo al margen de la ley. Eran los hijos del hombre al que agredí, me perdonaron la vida, pero me dieron 8 días para salir del municipio. Entonces volvimos a Medellín. Por este nuevo desplazamiento y violencia sufrida antes, fui indemnizado económicamente por el Estado.


Ahora vivo en Nueva Jerusalén, dos de mis hijas me colaboran económicamente, mi esposa se fue hace un tiempo y sé que ha estado en varios municipios donde aún existen comunidades indígenas.


Uno de mis deseos es que nuestras historias puedan dar una luz de esperanza, de paz y de reconciliación frente a hechos que han causado tanto daño a quienes hemos sufrido uno o más hechos victimizantes que nos han dejado huellas, que están en nuestra mente, en nuestras emociones y recuerdos que a veces nos atormentan, pero siempre con la fe de que podemos y tenemos derecho a un mundo mejor .

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